Esa noche el viento azuzaba con fuerza y yo no podía dormir, por más vueltas que daba, el sueño no me
quiso acoger. Algunos pensamientos alborotados desvelaban mi
descanso.
Sin esperar más a la vigilia, enemiga en las noches de insomnio. Salte del cálido catre
y tras un pequeño relax en el sofá, quede en blanco vigilando el chisporroteo de las últimas brasas. La fantasía sorprendió vacía a mi mente.
Me apeteció salir al exterior, para caminar en la noche cerrada y enfrentarme a mis miedos. Quise saber, que no estaría nada mal, bañarme de viento, abusar de su fuerza, quizás
inspirarme en sus aromas. Cerrando los
ojos, suspiré un único deseo, mecerme en él , volar, dejarme llevar.
Nada más traspasar el umbral de la
puerta, una bofetada de polvo me azoto
en la mejilla, para brevemente suavizarse e instarme a continuar, a adéntrame en sus fauces.
Mientras acariciaba el sarpullido minúsculo,
que se había provocado en la piel que cubría
mis mejillas, inspire nuevamente, a la vez que me pregunte (si el viento tendría conciencia). Bajo el techado que cubría la entrada y sobre
el adoquín envejecido que formaba el suelo, un columpio gastado chirriaba al vaivén que le provocaba él, (el viento) con sus manos invisibles.
Era divertido imaginar, y también fácil. Así, con pasos lentos, empecé a caminar por el césped descuidado, con los pies descalzos, para
sentirme más cercana a la vida.
Entonces el viento, se torno menos
brusco y pareció jugar con mi pelo y
descaradamente arrebato el chal que cubría
mis hombros, para demostrarme que no era un viento frio, que tan solo era fresco.
Percibí la sal del mar en su aliento y la arena del desierto, también pude notar un nido de águilas, en unas cumbres rocosas de montaña, y sonreí con la gracia de la felicidad.
Breves pasos
más
adelante en mi camino, algo gélido e inmóvil secuestro
esos instantes felices. La
oscuridad de la noche, se hizo mucho más
profunda y sentí que había conectado con
algo extraño, un nerviosismo raro se adueño de mí y al girar mi cabeza lo vi. Era una imagen terrorífica, una figura que no sabría si interpretar como
hombre o como mujer, agachada en el
suelo de una habitación blanca, con mucha luz y sus ojos miraban fijamente a
los míos, suplicantes, aterrados y a su vez amenazantes, sus cabellos largos y
oscuros se movieron breves segundos para entrar en una quietud perversa.
Resbale y caí al suelo, a la vez que intente escapar de aquella
visualización, que de pronto amenazaba
con enloquecerme y grite, y note como el viento enmudecía mi voz y se torno violento.
Las ramas de los arboles más
cercanos, conspiraron con él y a mi contra.
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