Agradecimientos.

Escribir un libro era una promesa que le hice a una persona cuando éramos niñas. Hoy puedo decir, que a pesar de las muchas dificultades que he tenido para realizar este proyecto imperfecto, mi promesa pasa a ser una meta cumplida. En aquel entonces no hubiera podido imaginar, que lo haría a través de la red. Esto no hubiera sido posible sin todas vuestras visitas, por eso, las dedicaciones se refieren a todos y cada uno de los que a lo largo de estos años, me hicisteis sentir más acompañada en mi soledad. Profundas gracias a los ojos que me leen hoy, ayer y siempre.

martes, junio 19

Dijins Di 19.



Las  primeras luces del día, se colaban por las contraventanas, dándome directamente en los ojos, a pesar de que me encontraba cómodamente acogida y cobijada entre las sabanas, los rayos  del sol, ya no tan tímidos,  me molestaban hasta acabar espabilándome. El viento  había azotado con fuerza  en el transcurso de  la noche,  haciendo que una de las  dos hojas de madera, se saliera de las viejas  y oxidadas bisagras que las amarraban. 

A las nueve de la  mañana, lucía un sol radiante  en lo alto del cielo azul, aunque   no calentaría demasiado el paraje helado.  Me levante con energía, dirigí mis pasos hacia la ventana desde la cual se escuchaba a alguien cortando leña.  El ruido de los troncos rebotaba contra el suelo de cemento y repiqueteaba, formando un  eco, que acababa  generando   sonidos  a modo de campanas que me retornaron  a mi infancia. Me llene y sentí, de  una antigua emoción, pero la sensación desapareció rápidamente  al comprender donde me encontraba.

 María era la que recogía y apilaba los troncos en la carretilla de una rueda, mientras Aron los iba cortando. El hacha que asía de sus manos me pareció demasiado grande y pesada, dada la forma en que la sostenía.  Tampoco se le veía demasiado diestro, para la tarea que le habían encomendado y que imaginaba quien  se la había asignado, Seguramente Alberto.

Al girarme  comprobé que la  cama de Petrus estaba vacía. Sola en la habitación me dispuse a tomar una ducha. Sabía que  ya llegaba tarde al puesto de trabajo, mas  no me tome ninguna molestia en darme prisa.
Mientras me bestia, iba repasando mentalmente  los sucesos del día anterior, tenía la necesidad de analizar  y comprobar minuciosamente cada detalle, después compararía mi versión con la de los otros miembros  del equipo, Todo esto lo haría antes de volver a encontrarme con Di.

Lo primero que hice al bajar las escaleras  fue dirigirme al salón para comprobar si quedaba café, de un solo vistazo me percate  que todos los miembros de la casa  ya habían desayunado. Sus tazas  se veían desparramadas por toda la mesa. Sin escrúpulos,  elegí una cualquiera,  sin importarme que labios habían reposado en su borde con anterioridad. Vertí los restos que quedaban en ella en las cenizas apagadas de la chimenea, y la llene con el  oscuro liquido. Con la taza  en mis manos me encamine hacia el exterior, lo primero seria revisar la sala de calderas, verificaría  el estado de los cuadros eléctricos y de esta manera  llegar a saber el motivo del apagón.

En mi camino me cruce con María y Aron que interrumpieron su trabajo para darme los buenos días. Al ver que no detenía mis pasos María dejo caer los troncos en la carretilla y me siguió, Aron dejó el hacha  con sumo cuidado en el suelo y se sentó  a descansar.

_ Te acompaño, ¿Dónde vamos?_ Dijo María poniéndose a mi altura.
_A la sala de calderas, quiero  comprobar el estado de los cuadros eléctricos_ conteste sin detenerme.

La sala de calderas  se encontraba en el jardín a escasos metros del edificio principal, era una pequeña construcción  con una sola puerta  en la que había aparejos para el jardín  y diversos utensilios que se veían descuidados, todos ellos apilados de mala manera contra una de sus paredes, el suelo estaba cubierto de hojas secas y polvo.  




  

martes, junio 12

Dijins Di. 18.


Nos encontrábamos en el primer piso, los tres delante de  la puerta que demorábamos  abrir, con  sutil cobardía.

Las últimas fuerzas que sujetaban mi cuerpo  y la compostura, se desataron en un suspiro de alivio, que esboce  al comprobar que todos, se encontraban en perfecto estado. Todo este tiempo habían permanecido entretenidos y  enredados en sus quehaceres, impasibles ante lo que se acababa de acontecer.  Nos miraron interrogantes.

 Imagino que el espectáculo  que representábamos  era  absurdamente grotesco e indefinible. Por la expresión de sus rostros, supe y comprobé con alivio, que ellos no habían sido espectadores al igual que nosotros,  del fenómeno que acabábamos de presenciar en el piso inferior.   Surgió una duda tan gigantesca,  que mi pregunta reboto en todas las paredes del gran espacio cuadrado y vacio de muebles _ ¿No  habéis oído los gritos?_.  La evidencia, constataba que no.

Relatamos, lo que había pasado en la planta baja, a  las cinco personas que  cerraban el círculo de nuestro equipo. No interrumpieron  el relato hasta escuchar la última palabra del mismo, la narración les pareció tan fantástica e increíble, que  le restaron importancia aludiendo a ilusiones auditivas,   por la inmensidad del edificio y la carencia de mobiliario. Rebatimos la postura  incrédula,  en la que  asentaban  todas las hipótesis que no acababan a  convencernos y  explicar  el fenómeno que habíamos vivido. Tras debatir largas horas y ya entrados en la madrugada del primer viernes que pasábamos allí,  decidimos descansa, no sin antes  verificar,  que los lectores  de movimiento  de la sala donde instalamos a Di, se encontraban en perfecto estado y  la lectura era correcta. No había habido movimiento alguno en el transcurso de toda la tarde.  Esta  última información, sosegó, un poco nuestros ánimos.  Estábamos seguros de  que a la mañana siguiente todo lo percibiríamos de otra manera y con más claridad, posiblemente con la luz del día nuestra perspectiva de las cosas seria otra.

Compartíamos una habitación para cada dos miembros del equipo.  Petrus,  era  mi compañero de cuarto, un ex cura de  cuarenta y tres años,  al que, en su  adolescencia  habían  expulsado del centro donde preparaba sus votos,  por frecuentar con malas compañías  y ser asiduo al consumo de maría, costumbre que no había abandonado. Pese a esto, seguía obcecado en sus estudios.  Petrus era callado y calculador, nunca decía nada fuera de lugar y siempre parecía estar mascando  para sus adentros  nuevas formulas, para manipular a los más débiles del equipo,  que se rendían a su locuaz conocimiento y a su habilidad para captar la atención del grupo. En un principio, no alcance a entender el vínculo, que nos unía a este extraviado  gestor de la palabra divina.  Yo, no podía comprender cuál era el motivo  de que estuviera en el grupo. No puedo negar que su físico me resultaba atractivo, viéndolo allí, doblando su ropa y recolocando la maleta, observe disimuladamente desde mi cama, el contorno de su cuerpo, masculino y fuerte,  ni gordo ni delgado. Desprendía ese  magnetismo  calmado, del que solo pueden presumir  los que contienen en su interior, el conocimiento  de las cuestiones que abordan las incógnitas de la  vida. Entendí que eso era precisamente lo que nos cautivaba de él y que a su vez, a mí,  me acerco a la  tranquilidad. Apago la luz sin mediar palabra alguna conmigo.

lunes, junio 11

Dijins Di. 17.


Los ruidos que provenían de detrás de la puerta, eran cada vez más intensos. Un conjunto de sonidos antinaturales,  capturaban nuestra atención,  mostrando  esa parte oculta de la vida,  la puerta abierta a otra dimensión.  Estábamos siendo testigos involuntarios  y en primera persona, de algo que carecía de explicación.

 Una secuencia  de sonidos metálicos y anómalos,  arrastrándose por las paredes y el suelo del pasillo, a la vez  que  se oía, como si una jauría de llenas desmembrara  un cuerpo que jadeaba de dolor. También se escuchaban gritos humanos,  personas que estaban siendo torturadas.  Temí por el resto de los miembros del equipo,  que se encontraban  en el exterior. Busque interrogante y muda la mirada  de Aron y Alberto, pero estos  se mostraban tan expectantes y sorprendidos como yo.

La temperatura  cambio. Un zumbido irritante y  constante, emitido  a  baja frecuencia, origino que sangraran   mis oídos.  Comenzó  a hacer un calor insoportable, olía a azufre  y a compuestos orgánicos en estado de putrefacción, mezclados con un aroma dulzón que no pude definir. Todos estos síntomas  nos provocaban  ganas de vomitar, añadiendo  el  escozor que teníamos en los ojos, y que nos  impedía  mantenerlos abiertos.  Debilitados  estábamos totalmente indefensos, rendidos  a expensas de lo que pudiera acontecer.

Los  espasmos y temblores   que se apoderaron de Alberto,  dejaron  su cuerpo como una marioneta  adherida al suelo por los pies.  Amenazaba con  derrumbarse  en cualquier momento.  La agresividad de los  movimientos  que lo estaban agitando al antojo de un ente externo,  marcaban en zigzag, una estela luminosa que salía de él, para perderse  entre las sombras  extrañas que   se proyectaban   y reflectaban sobre los azulejos  de las paredes. Como si fuera un muñeco de trapo, al final se desplomo y fue arrastrado  con brusquedad, al otro lado de la cocina.  Aron, se agazapo en una esquina aterrorizado, fuera de sí, lloraba como un niño. Yo estaba a punto de desmayarme cuando se repuso la luz,  los efectos auditivos y sensitivos se desvanecieron  al instante.  El espectáculo  era caótico.

Nuestras caras estaban totalmente desfiguradas por el miedo y el dolor. Me deje caer en el suelo, en el centro de la cocina y comprobé  que esta se veía  cubierta de tierra, en la que se marcaban huellas de animales por toda la superficie del suelo, pero como si hubieran surgido allí mismo.  La llegada de la  luz nos dio tregua y nos fue devolviendo a la realidad en breves segundos.  Desde la ventana se oía el viento que jugueteaba y  removía  las ramas de los arboles con total normalidad.

El  hedor que momentos antes había sido insoportable, desapareció y el aire se transformo nuevamente respirable.  Abatidos moralmente, nos miramos  y comenzamos a levantarnos del suelo.  Alberto estaba agotado,  sin embargo  hizo un gran esfuerzo  y se aproximo  hacia mí, me tendió su mano, y yo, sentí  la necesidad de cobijarme en sus brazos y llorar.  Mientras él me calmaba y me consolaba,  Aron inspeccionaba la cocina con pasos cautelosos, pero ninguno de nosotros hizo  ademan de salir.  Confundidos, nos tomamos nuestro tiempo para reflexionar.  En el interior de la casona  reinaba el silencio.

 Pregunte en voz alta,  por los demás miembros del equipo.  Esa pregunta,  pareció devolvernos a la realidad.  Los tres a los  compases de similares movimientos, fijamos la mirada en  la puerta.  Tarde o temprano, tendríamos que salir para comprobar lo que había pasado con ellos. Haciendo acopio de valor, Alberto se dirigió hacia la salida y manteniendo nuestra mirada, abrió la puerta de la cocina. En el pasillo todo mantenía la normalidad. Nos dirigimos al piso superior…




domingo, junio 3

Dijins Di. 16.


Fuera hacia frío y estaba empezando a helar, pero eso no me detuvo,   camine unos pasos en dirección hacia los setos que adornaban la entrada del viejo caserón, el suelo  del camino no estaba asfaltado y estaba cubierto de  charcos que comenzaban a helarse.

Conseguí  abstraerme, rompiendo el proceso de congelación del agua, presionando con la puntera de mis botas, su sonido me tranquilizo, pero  a su vez ese mismo sonido   hizo que  reparara  en  el silencio abrumador  que rodeaba el valle. Valle  que ahora parecía dormido bajo un cielo blanco,  cubriéndolo  todo con una niebla que no dejaba ver el horizonte.




 La gran casona estaba ensamblada   en el centro de un entorno natural copado de vida, por eso  me pareció extraño que no se ollera ningún ruido animal, ni pájaros, ni perros, ni ramas de árboles batidas por el viento, era un silencio pesado, espeso, tan espeso como el espectáculo  de aquel paraje que  tenía delante de mí  y que se cerraba  en la caída de aquel  atardecer.

 No había  cogido abrigo  en mi precipitada carrera y era necesario que volviera al interior, al girarme,  el edificio se mostró menos  gélido aunque tuve que obligarme a mi misma a  desandar la corta distancia que me separaba de la entrada principal. Al mirar de nuevo  la puerta,  vi  salir a un par de colegas  que se apoyaban en la fachada mientras uno de ellos encendía un cigarrillo y disimuladamente miraban en mi dirección. Se trataba de Alberto  fuentes, apodado el ardilla   y el joven Aron.





El ardilla, era veterano  en la empresa y siempre se daba dotes de manda más  con todos los  nuevos que se incorporaban al grupo, mandato que solo le duraba los dos asaltos que se necesitan, para hacerse un hueco y darse a conocer a los demás  empleados. Era un tipo insoportable,  que creía  tener  una habilidad innata de seducción  y que siempre lucia unas corbatas horrorosas,  de las que presumía  otorgándoles más valor del que en realidad tenían.


Todo su mundo era glamur en demasía,  supongo que era un acto reflejo en modo de técnica defensiva y que  lo  alejaba  de la realidad  en la que vivía. Padre de cuatro hijos  y marido de una mujer con tendencias ludópatas  que,  consumía su sueldo  en la primera semana del mes. Ese y no otro, era el motivo que lo había llevado hasta allí. De Aron no sabía gran cosa, que acababa de terminar la carrera de psicólogo forense  y no conseguí explicarme como narices había acabado entre nosotros  sin tener un padrino, ni experiencia previa. 

   Su aspecto de corderito veinteañero e  inofensivo,  dejaba mucho que desear,    para mis adentros calculaba que  no tardaría mucho en darnos alguna sorpresita, lo que más me llamaba la atención del joven  Aron, era la  manera compulsiva que tenia  de plancharse la ropa  con las manos cuando hablaba con alguno de nosotros,  su exagerado nerviosismo  lo delataba ante mis ojos.


 Según cruzaba el quicio de la puerta tuvimos  un intercambio de  miradas hostiles y esquivas, al mismo tiempo y  al  instante que   un  grito  desgarrador  desde el  primer piso,  interrumpió la demostración despectiva que nos estábamos  regalando mutuamente  el  ardilla y yo. Los tres nos dirigimos  al piso superior,  alguien lloraba al final del corredor que  comunicaba con la despensa y con  una gigantesca cocina  por la que se accedía a las habitaciones  que en otro tiempo, debieron de pertenecer al servicio de la casa.

 Los llantos cesaron  de pronto, sin darnos tiempo a ubicar su procedencia exacta. Hicimos un reconocimiento de todas las estancias sin encontrar a nadie en ellas, volvieron a oírse los gritos  pero esta vez en el piso superior.  Aron,  iba   corriendo por el pasillo delante de mí  y el ardilla en tercer lugar,  cuando se fue la luz y tropezamos bruscamente uno con la espalda del otro.


 Una carcajada nerviosa y agitada,  ajena a nosotros,  recorrió  velozmente el espacio en el que nos encontrábamos.  Desde el techo pero en ese mismo pasillo.


Apoye mis manos contra la pared y el miedo  se apodero  de mi, padecía de fobia a la oscuridad desde la infancia, sabía que era un trauma mal  curado  y sin embargo no conseguía hacerle frente.  El miedo me bloqueaba  y no podía pensar con claridad. Paralizada como una estatua,  intentaba controlar  las palpitaciones que me acontecían,  precipitándome a un ataque de nervios  si no se reponía la energía eléctrica. A mi  lado sentía como se movían  mis dos compañeros,  escuchaba a Aron hablar, uno de los dos encendió un mechero de gasolina.

Yo, no podía gesticular palabra alguna, permanecía vinculada a la pared con los ojos cerrados  y exhalando  el aire de tal manera  que,  casi rozaba el  punto de reventarme los pulmones y el corazón parecía que se me iba a salir. Ardilla al verme así, me asesto un puñetazo en el hombro,  para desbloquearme  mientras insistía en que me tranquilizase. 


Bajo las sombras tenues, que se dibujaban  en el halo que proyectaba la frágil luz del mechero,  al final del prolongado pasillo, vimos una silueta que  se paró a media altura entre nosotros y la salida.  El mechero   resbaló de las manos de Alberto,  pero permaneció encendido  en el suelo,  modificando y alargando mas las sombras, alguien se acercaba  desde la boca del corredor. 

Llamamos por Raquel  o Mará,  que eran otras dos de las compañeras. Al ver que no respondían, alterados retrocedimos sobre nuestros pasos  y penetramos de nuevo en la cocina, de alguna manera de la que no fui consciente Aron, recupero el mechero del suelo  en un visto y no visto, gracias a ese gesto intuitivo  de él no nos quedamos de nuevo a oscuras. Aunque los tres sabíamos que el mechero dejaría en cualquier momento de alumbrarnos, cerramos la puerta tras nosotros  y el portador de la luz, deposito el mechero en la mesa de madera  que presidia la estancia.