Cuando la visión de Ihan volvió a hacer caprichos a mis ojos. Viéndolo allí, delante
del umbral de la puerta. Se burlaron las
siguientes palabras de mi boca.
_Me siento como un vulgar peregrino, que camina descalzo y
debe rendirse en perdón, ante las puertas del templo de un Dios, para que espiren todos mis males y los que he asestado._
Me encontraba a mi misma despejando algunas dudas, mientras
incurría en otras más profundas. ¿De dónde emergía lo que pensaba?, ¿Cuál era
la fuente de inspiración?, ¿Dónde se
recreaban?, esas palabras que ahora se
desahogaban y escapaban impulsadas sin ningún control de cordura.
Con más temor del que cabía contener en mi actual situación,
revolviéndome en mis adentros en una explosión, que asomaba ruborizando mis mejillas, por la obligada resignación a admitir delante de Ihan que caminaba a ciegas dentro de lagunas secas de recuerdos, que se
escapaban de antemano a mi entender.
El permaneció en silencio y fue ese mismo silencio hiriente, que provocándome, estiraba de mi, y hacia
brotar lo que dormía guardado a la lucidez.
_Creo que tú, eres la mancha marrón que he estado
persiguiendo._ Para mi sorpresa. Ihan,
escuchaba mudo, asintiendo en un solo gesto. Reafirmando lo
que yo acababa de decir. Con toda y
total rotundidad. Con naturalidad,
despreocupado, dejo escapar un brillo
fugaz en su mirada, insinuándome a aquel
que estuviera contemplando el dorado
atardecer del amor. Lo que me
hizo comprender que entonces era él, el que desprendía tal insumisa impregnación que me hacía sentirme desconocida.
Cerrada en un sí. Me convencí
para serenarme. Ihan se acerco a la alacena donde momentos antes había colocado todos los
papeles. Revolvió entre ellos, parecía buscar
uno en concreto. Era evidente que quería enseñarme algo, sus ademanes me tranquilizaban, nada era
brusco en él. Mientras Ihan
llevaba a cabo la tarea que entretenía
ese segundo en nuestras vidas. Yo buscaba su mirada. Suspire, aligerando el cansancio. Notando como esa presión se perdía en el espacio
que definían las cuatro paredes de la sala. Permanecí callada, solo satisfaciendo la necesidad de observarle,
sintiéndome afín con esa casa y con él,
pero sin saber porqué.
Se acerco a mí, tendiéndome una hoja para que la leyera, arrastro la silla
que anteriormente había ocupado y se coloco cercano, muy cercano a mí. Pude percibir
su olor. Flotaron de nuevo las emociones dormidas, que
insistían en inquietar mi serenidad.
Todas las sensaciones que percibía se resumían
en solo
una. Conclusión que retenía negándomela.
_Todo se ira esclareciendo según pasen los días, ya verás como lograras
recordar._ Dijo Ihan.
_ ¿Qué tiene que ver todo esto con quién soy?_ No entendía
nada lo que quería decirme.
Sin embargo leí resignada. Era una carta escrita a máquina.
La carta
Para Leienel.
Perlas mundanas que
desparraman su esplendor, en los espejos
que ahora te miran.
Has de saber que
pertenecen al siniestro corcel que te
lleva.
Disimulando la estupidez de esa sin razón que solo tu entiendes en su trotar, y que te arrastra a
permanecer perdida.
No son tan puras como parecen, las razones que
te dieran.
Ególatras y altivas,
se muestran al mundo fingiendo que todo lo tienen, que lo saben bien.
Hadas y duendes, de
sombras robadas en las bastas llanuras
de otras almas.
Que acrecientan mi
dolor, tu dolor. Pido y ruego, no todo se olvide o se pierda.
A la vista del fuego, oteador asistente, del
eclipse que forma un todo en ti, yo
estaré siempre.
Aunque
me dejas desplazado y testigo en el desnivel de realidades que nos separan, pero no consigue
alejarme. No hoy, no
mañana.
Inventare
miles de escapes ante los deslices del
destino. Permaneceré despierto velando para que encuentres el camino que te
lleve otra vez a mí. Porque no puedo
vivir sintiendo que se pierde tu luz y tú brillo. Siendo esta, conditio sine qua non para que yo viva y que solo a mi me pertenece.