Se desencajaba obstinado
en hacerme ver o comprender, no sé qué
cosas. No lo sé. Teorías que yo, no alcanzaba discernir. Pero él, se poso en una postura pelliza, para enfrentarse
contra lo inaudito de la triste tesis irreal que perseguía a mi sombra. Regalaba bajo mi asombro un
montón de conjeturas disparatadas, y yo. No
cabía en tal aturdimiento al verle. Presa
a él, y a mí misma. De este sueño
desligado de verdades o tremendamente absurdo y absoluto. De
temperamentos opuestos eternamente
adversarios.
La maldita pena, era. No fraguar en esas condiciones día
tras día. Ya que así, disipaba los malos
entendidos, que se escuchan, que se acusaban,
acusándose a sí mismos. Malos entendidos, perdidos en mentes perturbadas, mentes insanas, incansables, con sus malos juicios y llenas de
ocio mal logro. Las que conocí.
Por ende, que no
cabían en la mía. Ahora, ya no. Y no importa, no importo yo, ni a quien le estremezca, me sienta bien o me
sienta mal. Al igual que toda loza acaba por romperse. Mi pena se deshizo al
conocerle. Y aquel día dejo de resbalar, deslizándose en tonterías de rutinas
monótonas. En las que, para mi pesar los demás seres vivían, que si un pájaro, que si una flor,
que si el tiempo, que sí que sí. Sí, todo menos el propio yo. Un yo que invade a todos menos a los que se
esconden de sí mismos. Un yo tan leve
pero inquieto que se
supo transformar hospedado en un cuerpo.
¿Acaso, tan alejada me encontraba de la realidad, que no
podía ver lo que me unía a ese hombre?. La
merced de pasear a su lado, enloquecí. Lo
mire caminar a mi lado, y continué.
Componiendo conjeturas me deje pensar, y dejándole a él que
restaurara mi mente. ¿Decía más
bien, lo que le venía en gana o vivía carente
de miedo?, ¿Sería Inconsciente de herirme?, de tocar mi vida, de trastocar mis miedos,
para enseñarme nuevamente a sentir. Pero yo lo vi, Lo creí allí. Con la intención
de insinuarse, en la locura del
amor tardío.
Me invito a relajarme
admirando el paisaje. Desprendiendo entusiasmo en todo lo que a nuestro
encuentro nos vino. Hasta que llegamos a
dos caminos. Se paró erguido en el sitio. Agarrándome del brazo, despertó
sus instintos y motivo a los míos.
_Mira _ señalo.
_Estamos entre dos caminos, ¿Cuál de los dos patearías tú?_ Pregunto
sonriendo con las pupilas bailando en destellos. Lo mire sorprendida, encogida.
Con un breve reflejo y en seco, le preste
atención. No solo sus palabras escuche, también la complicidad de sus
gestos. Mire a mí alrededor, al entorno
salvaje que me embullo en silencio. Haciéndome notar la clave de aquella situación y me conmovió.
Contemple la bifurcación. A los ojos y a la
vista se presento el paisaje, con una pregunta. En un segundo mirando hacia el centro,
entre los dos caminos, sentí. Si quizás
estuviera muerta o si estuviera extraviada
en las fauces de un sueño eterno, que desmembraba mi alma. Sé que Jamás lo hubiera percibido de esa forma, si la compañía no hubiera sido la de Ihan.
Pues, contemplar
aquellos caminos me hizo entender, que había
vivido sola. Totalmente sola toda mi vida, me sentí pequeña y desnuda. Llore con rabia. Por
la esencia, por todos y cada uno
de los retajos de mi vida. Destruidos. Que se
fueron al traste a perderse en el tiempo, y que ahora ya no los sentía
perdidos. Retajos románticos o
efímeros, percusiones de instrumentos
que mecían las horas, que pasaban
tenaces arrebatándome el don de un ser contenido. Con conocimiento me volví animal.
Presumo ahora, que lo vi como a un ángel
y en aquel instante supe y ame hasta lo más hondo a un hombre que no
conocía y sin embargo añoraba. El enigma de saberle mío, destrozaba…
De aquella manera y con las garras de aves rapaces, desgarraba la presa. Sentía tal. Desarmada a su
hechizo y olvidada de quien fui, mi sino se prestaba ante mí. No de la manera que lo hubiese imaginado, ni
la que hubiese querido, no era un genio,
era dulce. No suave, era abrupto como paraje sin hierba, pero bello. Atractivo, como la verdad escondida sin fantasía
y aunque duela…
Insistente, insistió en no concebir otra inquietud que no fuese la
cierta. Ahora siento quien soy. Naufrago en la niebla, vagabundo en la pena y vagare
en ella mientras viva, para sucumbir a
sus manos firmes y doloridas. Errare en la angustia, de haber perdido el rumbo que
ampare, frágiles pétalos pendiendo de un hilo. En tu mismo aplomo pero lejos. Emprendí mi viaje y escupiré a los vientos, despertándolo todo. Atando esa fuerza, que contiene y contenga la caja
de Pandora. Y a la caja, Implorando que excite
a premura, que evite el dolor, que no censure y que no pueda ser otra que una verdad tan
intensa como la que él me regalo. Y fui, un poco más consciente de lo que
habitaba alrededor.