Agradecimientos.

Escribir un libro era una promesa que le hice a una persona cuando éramos niñas. Hoy puedo decir, que a pesar de las muchas dificultades que he tenido para realizar este proyecto imperfecto, mi promesa pasa a ser una meta cumplida. En aquel entonces no hubiera podido imaginar, que lo haría a través de la red. Esto no hubiera sido posible sin todas vuestras visitas, por eso, las dedicaciones se refieren a todos y cada uno de los que a lo largo de estos años, me hicisteis sentir más acompañada en mi soledad. Profundas gracias a los ojos que me leen hoy, ayer y siempre.

domingo, noviembre 11

Dijins Di 22




Y en ese viaje  hacia los adentros,  paseando  en la inconsciencia sagaz y solitaria de  la humilde mente humana,  buscaba la salida… pero me aleje de ellos,  de sus voces.  Como un imán el vacio tiraba de mí, arrancándome  de la realidad.  Sin más fuerzas acabe rindiéndome  en el viaje y fundiéndome en él. Un calor intenso  bullo de mi frente, más poderoso que un calor febril y se hizo con todo mi ser.  El viaje era acelerado, sentí como caía  por un pasillo inclinado, lleno de luces tenues o fuertes, coloridas o sin color, es difícil definir lo que absorbía  en ese cumulo de emociones que se estaban apoderando de mi.  Pase por paramos estériles y otros no,  pero sabía que me hundía y que me iba. Y entonces ceso. La atracción hacia el vacio, vacilo un instante y me deposito en el suelo.   El espacio empezó a estabilizarse como un lienzo pixelado que va  tomando  forma  apresuradamente, tutelado por  la mano diestra de su creador.

La ignorancia permanecía dormida bajo mi piel. Incomoda y perturbada por  lo que se avecinaba,  camine en círculos mojando mis pies en el barro humedecido y frio, que prestaba aquel   paraje  cromado con brotes dorados y que no perdonaban la falsa  coraza de las botas.  

Deseando desaparecer, incluso extinguirme.  Para ausentarme del miedo que hacia raíz sin auxilio en mi carne.  Camine y camine, sin rumbo, hasta llegar a un punto donde  las piernas se negaron a continuar, mi cuerpo paralizado  solo dejo que mis ojos vagaran libres. Escudriñe con ellos el entorno  que se iba desenfocando hasta invadirme la total oscuridad y en ella no solo me sentí a  mí.   Exaltada por un grito  incesante  que brotaba desde  mi corazón, destrozando la calma.

 Tan brutal flujo de dolor no me pertenecía.  Lo note, sabía que no era yo, pero se hacía más fuerte y comenzaron de nuevo los temblores, las ondas que mecen al alma  y que preceden al mensaje. Esa sensación de que algo viene, de que está ahí, pero no lo puedes ver, solo se hace sentir.

Me aterraba la idea de no poder hacer nada. Acaricie enloquecida mi cara  con nerviosismo hasta que enrojecí mis mejillas.  Enrede enfurecida mi pelo, estirando de él,  intentando despejar  las ilusiones que se apoderaban de mí.  Ansiando  esta vez,  dar  con la clave que las hicieran desaparecer.  Sin querer oír al intruso que penetraba en  mis pensamientos,  absolutamente ajenos,  cercanos y lejanos a la vez.

Inspiraba palabras que brotaban de las hojas  y del viento susurrante  que bailaba turbando en remolinos errantes  a mí alrededor,  pero no aire que me hiciera respirar. La burbuja que presionaba  y contenía mi vida, mi esencia de cordura… en ese momento reventó  liberando ecos que se fueron a perder como las hojas que lleva el viento.

Aunque en ocasiones hastía y monótona, la vida… llena al huésped  y regala belleza. Esa misma belleza no la veras mañana, tan solo se desprenderá hoy… del  inmenso tapiz que la consolida, centenares de situaciones  se difuminan en el espectro de lo que podía haber sido y ya no será.

Por  unos segundos  esa ilusión se volvió palpable  en una imagen tan nítida y real  que mi cuerpo  se  desplomo   por la inercia que ejercía  la tierra sobre él, De rodillas en el lecho fangoso , brotaban las lagrimas de mis ojos resbalando hasta caer al suelo, en un espacio en el que el tiempo parecía  detenerse , la   emoción  que sentí al contemplar esa imagen no podía traducirse a palabras pero se asemejaba bastante a la sensación  que se siente cuando  una brisa templada y suave  coquetea,  acariciando el rostro  del que observa el mar.