Frustrada nuevamente, salí
enfurecida de la pequeña sala de proyección. El estrepito del portazo
retumbo por toda la planta, por el vacio de muebles que favorecía la acústica y que ya se nos hacia
familiar.
Encaminándome con la cinta en
mano, busque habitación por habitación
a nuestro técnico de sonido y
dispositivos eléctricos, como siempre parecía haber sido borrado de la faz de
la tierra. Dude unos segundos y medite el siguiente paso curiosamente
enfrente de la puerta, que amparaba a nuestro paciente. Irrumpí con brusquedad observándolo todo. Puedes descansar yo
continuare la guardia. Le comunique a mi compañero de cuarto Petrus. Todo tuyo pronuncio mientras salía.
Sin advertirlo me encontré de nuevo sumergida en la inagotable inteligencia de aquel pobre desgraciado que no percibía su mente rota. Por algo se dice que un loco no es consciente de su locura.
Agachado y oculto te espera, impasible y certero, asestara
un disparo en la diana de tu corazón.
Asesino de dones, perseguidor
inagotable del bien. Tan antiguo como el
mar. El caballero negro te acecha. Cada hora que pase, se acercara aun más el desenlace final, en el que la nada copara
tu cuerpo, que prendera bajo las llamas del infierno, donde tu mente se perderá
y tu alma eterna navegara en los oscuros rincones de tus recuerdos, entonces habitaras en la sala de las almas descarnadas y los
difuntos que moren allí y aquellos que te
preceden, te negaran la palabra y bajaran la mirada, en esa fría soledad
lamentaras mil años repitiendo todos y cada uno de los espacios que llenaron tu
vida, y echaras de menos lo que soy.
Allí comprobaras, que no habrá perdón tampoco, para los que no cobijen el mal en su interior. Pues aquellos que rompen y asestan con dagas de traición, perturbados destructores, anómalos que no fueron tocados por un Dios, serán entonces los que dominen tu vagar.
Yo sabedor de tu secuestro, permaneceré atento al momento confuso en el que pronuncies mi nombre y volveré a buscarte hasta las mismas puertas del infierno del que provengo, al que no anhelo volver. Por ti atravesare sus sangrientas estancias. Únicamente para encontrarte, bajare a sus entrañas con una sola luz y la determinante razón de salvarte, iluminare mi camino con el amor que te proceso y cuando te hallé, te arrebatarte de él, de sus cadenas y aunque perezca en el viaje, ese es mi destino, el que yo he elegido. Anclado a tu ser permanezco a la espera de saberte ver.
Dime entonces, ¿Qué ingenio habita en que
huyas de mi?, ¿Donde te esconderás?
¿Todavía piensas que
puedes retenerme maniatado en este sillón, con simples cinchas
de carga y que los narcóticos adormecen
mis ansias…En verdad crees que eso es así?, Me seria sencillo penetrar en tu
mente y manipular las verdades que conoces sin pronunciarme en un suspiro, en
el breve tiempo que dura, lo que tardaras en levantar de nuevo la mirada
para sopesar lo que digo…
La mueca de sus labios pareció malvadamente sabia, lastimada la mía al comprobar que era conocedor con antelación de mis gestos. Siseando un desagradable silbido, meneo y retorció su cabeza inclinándola suavemente con una mueca insultante y sibilina, haciendo que bailara el iris dentro de sus ojos y provocando en mi un movimiento de temor, que impulso todo mi cuerpo hacia atrás. Aunque logre reponerme rápidamente en vano intente desviar su atención, con ademanes contundentes escribiendo algo en el cuaderno que reposaba sobre mis piernas. Pero lo siguiente que dijo y el tono tajante en el que lo hizo, no me dejo fingir mucho más que un instante. El bolígrafo resbalo de mis manos rodando a sus pies
… Ahora ya sabes que la respuesta es no. Pronuncia mi nombre.
De mis labios salió un gemido involuntario que en el lejano eco se comprimió en dos letras. …Di.
A la par de extinguirse y nuevamente repetirse por todos los rincones del local, Las paredes empezaron a tambalearse como si fueran papel. El techo se derrumbaba con estrepitosos estruendos. Bajo mis pies el suelo vibro de la misma manera que lo hace la piel de un tambor y comenzaron a surgir grietas de suma violencia, precipitándose hacia la nada, que inexplicablemente yo reconocía en la que él me había descrito, negra, absoluta e infinita. Aterrada corrí, dejándolo solo tras de mí, sin importarme lo que fuera de él.
Mí alocada escapada por los pasillos, alarmo a mis compañeros, les costó mucho tiempo y fuerza frenar mi descontrolado comportamiento del que no sabían cuál era la razón. Jadeaba angustiada con la mano sujetándome el entre pecho, no conseguía pronunciar palabra. Solo gritaba en una frenética mezcla de locura o terror. Al parecer la duda sobresaltada, se quedo dibujaba en mi rostro tembloroso, apoyada contra una de las paredes mientras intentaba recobrar el aliento. Alberto y los demás insistían en que me calmase, para aligerar y liberar el ritmo doloroso que propinaba mi corazón. El choque con esa visión fue tan tremendo, tan impactante, que provoco que no recordara sus nombres, y me desplome dejando mi conciencia a merced de la suerte que consintiera en mi regreso.