La expresión muda y determinante que se fijo en su rostro, tal y como me deleitó en ese recuerdo, en ese primer instante…
Soy consciente de que perdurara eternamente en mí. Esa emoción humana que se adivinaba en su rostro, me recordó al cazador que acecha a su presa, que la espera y la asalta por sorpresa, pero él, esbozó una sonrisa al reconocer que sus palabras surtían efecto en lo que era yo.
Soy consciente de que perdurara eternamente en mí. Esa emoción humana que se adivinaba en su rostro, me recordó al cazador que acecha a su presa, que la espera y la asalta por sorpresa, pero él, esbozó una sonrisa al reconocer que sus palabras surtían efecto en lo que era yo.
Después de muchas y largas conversaciones, confesándole mi materia, la naturaleza que le devolvía, no parecía asustarle. Esa forma de ser que tenia él, me alteraba. No puedo negar que en un principio me vi tentado a destruirlo, torturar su quietud estúpida, quebrantar ese tesón del que hacía un uso natural, y que lo definía exquisitamente atractivo, para mi curiosidad hambrienta siempre de un nuevo placer. Placeres, que no solían ser, necesariamente comprendidos por la masa común de los mortales.
Expectante yo. Habitaba en el umbral de todo lo que radica en las mismísimas puertas de aquello, que es tomado por atroz y absurdo, como la locura descomunal que domina a un ente desangelado y olvidado de la razón, que es capaz de matar, de inventar la más exagerada deformación y extensión del mal. Sin embargo, la verdad que le brindaba y que jamás pareció, ni tan siquiera remover un ligero revuelo de temor en su interior. ¿Por qué?
Eso fue precisamente, lo que me atrapó de él. Al igual que un inquisidor, penetraba en su mente para buscar el centro de esa fuerza, sin saber que era yo, el que caía en su red.