El desconocido que se encontraba sentado a mi par. Comenzó haciéndome saber su nombre, Ihan… se llamaba Ihan. Cuando lo
pronunció, un escalofrío recorrió mi cuerpo y él lo noto.
Mis ojos, en demasía abiertos, solo adelantaban lo que acontecería. Ignorante de mi, inútil en el
intento de disimular el precoz escozor en mi piel, debido al nerviosismo mezclado
con el yo que sé, que sentía en su compañía, no hizo más que afinar su puntería
dejándome al descubierto y con mis puntos vulnerables, débiles y expuestos ante
aquel desconocido. Cómo espectadora
traviesa baje la mirada concentrándola en la taza de café, mojando una pasta de
almendras, le inste a que comenzara a explicarse. Se presumió irritante y fuera de lugar, la escena que demostraba mis malos modos evasivos, pero a él, no pareció incomodarle para nada. Cosa que a mí, me alivio. Al contrario, todo recabo en la suma,
de hurtarle inconscientemente una sonrisa. Con mueca gentil y amigable me observo, de arriba abajo. Se reafirmo en su
asiento y comenzó a relatarme el encuentro misterioso que nos había juntado y
que yo había olvidado por motivo de algún lapsus temporal de amnesia, culpado y adueñado de mí.
_Te encontré tirada en una de las
praderas altas, situada a la
falda de la esa montaña que se ve desde
la ventana._ Indico señalando la
ventana. _Al principio me asuste, pensé que estabas muerta, tu cuerpo estaba
totalmente helado, yacías moribunda en
la nieve, tan blanca y fría como ella. Todavía no me he repuesto del todo del
susto y por supuesto no logro explicarme
que hacías allí, sin apenas llevar abrigo. Creo, o mejor dicho. Sé… que fue
cuestión de minutos y designios
favorables del destino, el que te encontrara con vida._ mantuvo mi mirada afirmando.
_Tuviste mucha suerte
de que pasara por allí, a estas alturas del invierno, no me gusta aventurarme a la intemperie, porque en estas
altitudes el tiempo cambia en cuestión de segundos, los vientos que se forman
en este embudo o pasillo de montaña, como
lo llaman algunos montañeros. Son peligrosamente gélidos y
te pueden coger desprevenido, cerrándose en nieblas densas y formando
borrascas mortales, que hacen casi
imposible resistir a la intemperie. Además de los peligros que entrañan esos cambios climáticos, también hay lobos y aunque no son muy comunes los avistamientos
en zonas despejadas de arboles, a estas alturas del invierno han perdido el miedo a los seres humanos,
debido a la escasez de alimentos en la alta montaña, en esta estación._
Interrumpiendo lo que
contaba, le pregunte.
_ ¿Dónde estamos?_
_ Estamos en uno de
los valles más bellos del mundo, a la
sombra de tres picos, que es como se
llama la montaña más alta y la que preside esta cordillera rocosa, que se extiende a lo largo de menos de la mitad de la franja
norte, creo que serán unos cuatrocientos kilómetros aproximados de rocosas montañas
a una cotas de 3200 a 3800 metros sobre el nivel del mar, imagino que
comprendas ahora de mejor manera, porque no puedo salir de mi asombro._ entonces
guardo silencio, fijándose otra vez en mi rostro.
Creo que se dio
cuenta de que la empatía se hizo hueco entre los dos, con
ese mismo asombro y con mi boca medio abierta mientras lo miraba, no se me
ocurrió nada que decir. Pero Ihan rompió con habilidad el silencio incomodo que
precedía a las sensaciones que intercambiamos en aquel momento. Diciendo entre una sonrisa tímida. _ ¿Sabes?, allí tirada en
la nieve… cuando te vi, en un primer instante y por muy efímero que fuera. Sentí, que te conocía. Fue… Bueno, Como
ya te he dicho estas son tierras extrañas._ Se levanto y comenzó a recoger los
restos del almuerzo.
Lo seguí con la mirada, mientras se perdía en el pasillo que
imaginé acabaría en la cocina, ¿Donde sino? Con los ruidos de fondo de la loza, que
parecía estar limpiando, intente concentrarme en lo que me había relatado y
rebuscaba inútilmente información en los acelerados y desordenados pensamientos
que me iban llegando.
Detrás de su relato, empecé a contemplar la idea, de
encontrarme en un oasis aislado en el centro de mi mundo interior, que se
estaba descomponiendo a pedazos y me asusto esa misma idea, delirante, de
haber perpetuado mi existencia en la
locura. Como una estación invernal sin fin, ni
solución. Me vi conmovida por el
frio de la certeza, del miedo, incluso de mi propia muerte. ¿Quién era yo? Me
repetía una y otra vez sin posibilidad de refrenar ese daño.
Algo desestructurado que alcanzaba fondo y pie, como una
masa pesada oprimiendo mis sentidos. Dejándome
inmóvil sobre aquel insulso taburete y
coaccionando sobre la única forma de
pensar que había conocido hasta aquel mismo momento. Haciéndome entender con
ese empuje que desolaba toda la compleja existencia en la que confundida había creído.