Agradecimientos.

Escribir un libro era una promesa que le hice a una persona cuando éramos niñas. Hoy puedo decir, que a pesar de las muchas dificultades que he tenido para realizar este proyecto imperfecto, mi promesa pasa a ser una meta cumplida. En aquel entonces no hubiera podido imaginar, que lo haría a través de la red. Esto no hubiera sido posible sin todas vuestras visitas, por eso, las dedicaciones se refieren a todos y cada uno de los que a lo largo de estos años, me hicisteis sentir más acompañada en mi soledad. Profundas gracias a los ojos que me leen hoy, ayer y siempre.

martes, junio 12

Dijins Di. 18.


Nos encontrábamos en el primer piso, los tres delante de  la puerta que demorábamos  abrir, con  sutil cobardía.

Las últimas fuerzas que sujetaban mi cuerpo  y la compostura, se desataron en un suspiro de alivio, que esboce  al comprobar que todos, se encontraban en perfecto estado. Todo este tiempo habían permanecido entretenidos y  enredados en sus quehaceres, impasibles ante lo que se acababa de acontecer.  Nos miraron interrogantes.

 Imagino que el espectáculo  que representábamos  era  absurdamente grotesco e indefinible. Por la expresión de sus rostros, supe y comprobé con alivio, que ellos no habían sido espectadores al igual que nosotros,  del fenómeno que acabábamos de presenciar en el piso inferior.   Surgió una duda tan gigantesca,  que mi pregunta reboto en todas las paredes del gran espacio cuadrado y vacio de muebles _ ¿No  habéis oído los gritos?_.  La evidencia, constataba que no.

Relatamos, lo que había pasado en la planta baja, a  las cinco personas que  cerraban el círculo de nuestro equipo. No interrumpieron  el relato hasta escuchar la última palabra del mismo, la narración les pareció tan fantástica e increíble, que  le restaron importancia aludiendo a ilusiones auditivas,   por la inmensidad del edificio y la carencia de mobiliario. Rebatimos la postura  incrédula,  en la que  asentaban  todas las hipótesis que no acababan a  convencernos y  explicar  el fenómeno que habíamos vivido. Tras debatir largas horas y ya entrados en la madrugada del primer viernes que pasábamos allí,  decidimos descansa, no sin antes  verificar,  que los lectores  de movimiento  de la sala donde instalamos a Di, se encontraban en perfecto estado y  la lectura era correcta. No había habido movimiento alguno en el transcurso de toda la tarde.  Esta  última información, sosegó, un poco nuestros ánimos.  Estábamos seguros de  que a la mañana siguiente todo lo percibiríamos de otra manera y con más claridad, posiblemente con la luz del día nuestra perspectiva de las cosas seria otra.

Compartíamos una habitación para cada dos miembros del equipo.  Petrus,  era  mi compañero de cuarto, un ex cura de  cuarenta y tres años,  al que, en su  adolescencia  habían  expulsado del centro donde preparaba sus votos,  por frecuentar con malas compañías  y ser asiduo al consumo de maría, costumbre que no había abandonado. Pese a esto, seguía obcecado en sus estudios.  Petrus era callado y calculador, nunca decía nada fuera de lugar y siempre parecía estar mascando  para sus adentros  nuevas formulas, para manipular a los más débiles del equipo,  que se rendían a su locuaz conocimiento y a su habilidad para captar la atención del grupo. En un principio, no alcance a entender el vínculo, que nos unía a este extraviado  gestor de la palabra divina.  Yo, no podía comprender cuál era el motivo  de que estuviera en el grupo. No puedo negar que su físico me resultaba atractivo, viéndolo allí, doblando su ropa y recolocando la maleta, observe disimuladamente desde mi cama, el contorno de su cuerpo, masculino y fuerte,  ni gordo ni delgado. Desprendía ese  magnetismo  calmado, del que solo pueden presumir  los que contienen en su interior, el conocimiento  de las cuestiones que abordan las incógnitas de la  vida. Entendí que eso era precisamente lo que nos cautivaba de él y que a su vez, a mí,  me acerco a la  tranquilidad. Apago la luz sin mediar palabra alguna conmigo.

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