Los ruidos que provenían de detrás de la puerta, eran cada vez más intensos. Un conjunto de sonidos antinaturales, capturaban nuestra atención, mostrando esa parte oculta de la vida, la puerta abierta a otra dimensión. Estábamos siendo testigos involuntarios y en primera persona, de algo que carecía de explicación.
Una secuencia de sonidos metálicos y anómalos, arrastrándose por las paredes y el suelo del pasillo, a la vez que se oía, como si una jauría de llenas desmembrara un cuerpo que jadeaba de dolor. También se escuchaban gritos humanos, personas que estaban siendo torturadas. Temí por el resto de los miembros del equipo, que se encontraban en el exterior. Busque interrogante y muda la mirada de Aron y Alberto, pero estos se mostraban tan expectantes y sorprendidos como yo.
La temperatura cambio. Un zumbido irritante y constante, emitido a baja frecuencia, origino que sangraran mis oídos. Comenzó a hacer un calor insoportable, olía a azufre y a compuestos orgánicos en estado de putrefacción, mezclados con un aroma dulzón que no pude definir. Todos estos síntomas nos provocaban ganas de vomitar, añadiendo el escozor que teníamos en los ojos, y que nos impedía mantenerlos abiertos. Debilitados estábamos totalmente indefensos, rendidos a expensas de lo que pudiera acontecer.
Los espasmos y temblores que se apoderaron de Alberto, dejaron su cuerpo como una marioneta adherida al suelo por los pies. Amenazaba con derrumbarse en cualquier momento. La agresividad de los movimientos que lo estaban agitando al antojo de un ente externo, marcaban en zigzag, una estela luminosa que salía de él, para perderse entre las sombras extrañas que se proyectaban y reflectaban sobre los azulejos de las paredes. Como si fuera un muñeco de trapo, al final se desplomo y fue arrastrado con brusquedad, al otro lado de la cocina. Aron, se agazapo en una esquina aterrorizado, fuera de sí, lloraba como un niño. Yo estaba a punto de desmayarme cuando se repuso la luz, los efectos auditivos y sensitivos se desvanecieron al instante. El espectáculo era caótico.
Nuestras caras estaban totalmente desfiguradas por el miedo y el dolor. Me deje caer en el suelo, en el centro de la cocina y comprobé que esta se veía cubierta de tierra, en la que se marcaban huellas de animales por toda la superficie del suelo, pero como si hubieran surgido allí mismo. La llegada de la luz nos dio tregua y nos fue devolviendo a la realidad en breves segundos. Desde la ventana se oía el viento que jugueteaba y removía las ramas de los arboles con total normalidad.
El hedor que momentos antes había sido insoportable, desapareció y el aire se transformo nuevamente respirable. Abatidos moralmente, nos miramos y comenzamos a levantarnos del suelo. Alberto estaba agotado, sin embargo hizo un gran esfuerzo y se aproximo hacia mí, me tendió su mano, y yo, sentí la necesidad de cobijarme en sus brazos y llorar. Mientras él me calmaba y me consolaba, Aron inspeccionaba la cocina con pasos cautelosos, pero ninguno de nosotros hizo ademan de salir. Confundidos, nos tomamos nuestro tiempo para reflexionar. En el interior de la casona reinaba el silencio.
Pregunte en voz alta, por los demás miembros del equipo. Esa pregunta, pareció devolvernos a la realidad. Los tres a los compases de similares movimientos, fijamos la mirada en la puerta. Tarde o temprano, tendríamos que salir para comprobar lo que había pasado con ellos. Haciendo acopio de valor, Alberto se dirigió hacia la salida y manteniendo nuestra mirada, abrió la puerta de la cocina. En el pasillo todo mantenía la normalidad. Nos dirigimos al piso superior…
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