Agradecimientos.

Escribir un libro era una promesa que le hice a una persona cuando éramos niñas. Hoy puedo decir, que a pesar de las muchas dificultades que he tenido para realizar este proyecto imperfecto, mi promesa pasa a ser una meta cumplida. En aquel entonces no hubiera podido imaginar, que lo haría a través de la red. Esto no hubiera sido posible sin todas vuestras visitas, por eso, las dedicaciones se refieren a todos y cada uno de los que a lo largo de estos años, me hicisteis sentir más acompañada en mi soledad. Profundas gracias a los ojos que me leen hoy, ayer y siempre.

lunes, junio 11

Dijins Di. 17.


Los ruidos que provenían de detrás de la puerta, eran cada vez más intensos. Un conjunto de sonidos antinaturales,  capturaban nuestra atención,  mostrando  esa parte oculta de la vida,  la puerta abierta a otra dimensión.  Estábamos siendo testigos involuntarios  y en primera persona, de algo que carecía de explicación.

 Una secuencia  de sonidos metálicos y anómalos,  arrastrándose por las paredes y el suelo del pasillo, a la vez  que  se oía, como si una jauría de llenas desmembrara  un cuerpo que jadeaba de dolor. También se escuchaban gritos humanos,  personas que estaban siendo torturadas.  Temí por el resto de los miembros del equipo,  que se encontraban  en el exterior. Busque interrogante y muda la mirada  de Aron y Alberto, pero estos  se mostraban tan expectantes y sorprendidos como yo.

La temperatura  cambio. Un zumbido irritante y  constante, emitido  a  baja frecuencia, origino que sangraran   mis oídos.  Comenzó  a hacer un calor insoportable, olía a azufre  y a compuestos orgánicos en estado de putrefacción, mezclados con un aroma dulzón que no pude definir. Todos estos síntomas  nos provocaban  ganas de vomitar, añadiendo  el  escozor que teníamos en los ojos, y que nos  impedía  mantenerlos abiertos.  Debilitados  estábamos totalmente indefensos, rendidos  a expensas de lo que pudiera acontecer.

Los  espasmos y temblores   que se apoderaron de Alberto,  dejaron  su cuerpo como una marioneta  adherida al suelo por los pies.  Amenazaba con  derrumbarse  en cualquier momento.  La agresividad de los  movimientos  que lo estaban agitando al antojo de un ente externo,  marcaban en zigzag, una estela luminosa que salía de él, para perderse  entre las sombras  extrañas que   se proyectaban   y reflectaban sobre los azulejos  de las paredes. Como si fuera un muñeco de trapo, al final se desplomo y fue arrastrado  con brusquedad, al otro lado de la cocina.  Aron, se agazapo en una esquina aterrorizado, fuera de sí, lloraba como un niño. Yo estaba a punto de desmayarme cuando se repuso la luz,  los efectos auditivos y sensitivos se desvanecieron  al instante.  El espectáculo  era caótico.

Nuestras caras estaban totalmente desfiguradas por el miedo y el dolor. Me deje caer en el suelo, en el centro de la cocina y comprobé  que esta se veía  cubierta de tierra, en la que se marcaban huellas de animales por toda la superficie del suelo, pero como si hubieran surgido allí mismo.  La llegada de la  luz nos dio tregua y nos fue devolviendo a la realidad en breves segundos.  Desde la ventana se oía el viento que jugueteaba y  removía  las ramas de los arboles con total normalidad.

El  hedor que momentos antes había sido insoportable, desapareció y el aire se transformo nuevamente respirable.  Abatidos moralmente, nos miramos  y comenzamos a levantarnos del suelo.  Alberto estaba agotado,  sin embargo  hizo un gran esfuerzo  y se aproximo  hacia mí, me tendió su mano, y yo, sentí  la necesidad de cobijarme en sus brazos y llorar.  Mientras él me calmaba y me consolaba,  Aron inspeccionaba la cocina con pasos cautelosos, pero ninguno de nosotros hizo  ademan de salir.  Confundidos, nos tomamos nuestro tiempo para reflexionar.  En el interior de la casona  reinaba el silencio.

 Pregunte en voz alta,  por los demás miembros del equipo.  Esa pregunta,  pareció devolvernos a la realidad.  Los tres a los  compases de similares movimientos, fijamos la mirada en  la puerta.  Tarde o temprano, tendríamos que salir para comprobar lo que había pasado con ellos. Haciendo acopio de valor, Alberto se dirigió hacia la salida y manteniendo nuestra mirada, abrió la puerta de la cocina. En el pasillo todo mantenía la normalidad. Nos dirigimos al piso superior…




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