Agradecimientos.

Escribir un libro era una promesa que le hice a una persona cuando éramos niñas. Hoy puedo decir, que a pesar de las muchas dificultades que he tenido para realizar este proyecto imperfecto, mi promesa pasa a ser una meta cumplida. En aquel entonces no hubiera podido imaginar, que lo haría a través de la red. Esto no hubiera sido posible sin todas vuestras visitas, por eso, las dedicaciones se refieren a todos y cada uno de los que a lo largo de estos años, me hicisteis sentir más acompañada en mi soledad. Profundas gracias a los ojos que me leen hoy, ayer y siempre.

viernes, mayo 18

Dijins Di. 13.


Trotaba en aquel  torpe descender por las faldas de la montaña. Tenía mil arañazos por todo mi cuerpo, transformándose en razones nuevas que me reafirmaban como  ser humano, eran refrescantes sensaciones  ancladas  para establecer la determínante  posición de mi ente, ocupadas en llenar  mis ansias de vivir. 

Había perdido las botas y mis pies sangraban, el dolor era intenso pero no retrasaba mi determinación.  Mis ropajes se veían  sucios y harapientos,  olía a mil rayos y caballo muerto.

 No podía detenerme en la cabaña, ni tampoco claudicar de la necesidad guardada en aquel sentimiento, tan profundo  desgarrante y henchido  de estrellas bordadas en mi  alma, cobijadas todas ellas   y  ensambladas, se transparentaban  en las paredes de la cueva que había vislumbrado momentos antes.

 Con las manos vacías y despojadas de cualquier bien material,  recorrí los caminos hasta llegar a la ciudad.  Mi meta estaba en el hospital.  Lo primero que tenía que hacer era averiguar su nombre, no sabía muy bien como lo iba a lograr,  pero con una voluntad  indomable,  me entregue a   las puertas del santuario que tenia la clave y  el aliento que pendía sostenido por un hilo y que únicamente me acercaría a la idea de sentirme en paz.

La sensación brotaba y bullía como una emoción, que movía mis  pasos  dirigidos al mostrador, donde una mujer parecía trabajar pasando las horas entreteniéndose en una pantalla de ordenador. Fingía buscar no se qué cosa cuando interrumpí sus tareas… Sin pensar, expuse espontáneamente mi pregunta,  y relate los acontecimientos que tuvieron lugar la noche que ingresaron al hombre que les había entregado, resulto que el tiempo había pasado más veloz de lo que yo había pensado, se esfumaba un año  de mi reminiscencia, en la  que no sabía dónde me había perdido.

 La celadora  era una mujer de baja estatura,   regordeta,  visiblemente obsesionada con la  codicia de datos absurdos y entresijos de las costumbres y de  las actitudes de otros, evidentemente para descalificarlos y justificar así su razón de ser.  Cuando increpe en sus  incultas razones, no me sorprendió,  que sí recordara  el episodio. 

_Aquella noche estaba de guardia._ Relató el acontecimiento con un romanticismo exagerado, mal entendido  y distorsionado, tan solo por su capacidad de interpretar  la sublime obra de Shakespeare. Dando énfasis al egocentrismo de su intervención. 

Permanecí pasivo, como una estatua de mármol de la antigua Grecia,  expectante  y concentrado en  los datos  breves y  escasos  que iba dejando caer entre tanta  palabrería sin un ton ni son,  para acabar diciéndome que el ingresado, se llamaba Ihan , que vivía en otra provincia y  que no podía decirme nada más de  él.

Insistí haciéndome eco, de una ignorancia que no radicaba en mí, pero la pobre idiota dio más vuelo a su importante papel y se mostró como libro cerrado. La deje sumergirse de nuevo en su estúpida rutina, no sin antes trastocar los informes que venía recabando a lo largo del escaso trabajo que elaboraba durante la semana, queme los archivos de su ordenador, con el mero esfuerzo de pensarlo y me marche marcando una mueca sibilina en mi rostro, mientras a mis espaldas  comprobaba que había surtido efecto la pequeña maldad medida.

Fuera en el   exterior del recinto clínico, me percate por primera vez de mi ignorancia. Había pasado por alto un detalle  importante.  Esa mujer no había reparado en mi aspecto, nada en mí,  la había alarmado y eso no era algo común en los intercambios  con  los humanos a los que yo,  estaba más que habituado.

 Cruce la calle, sin respetar el bullicio de viandantes   que fluían  y se dispersaban,  indecisos  por la vía publica, busque algún  escaparate que  devolviera mi yo actual y al hallarlo, quede estupefacto  de la impregnación pragmática que desprendía mi imagen ante mí. El atractivo primitivo y salvaje  que radicaba  en la visión  que no supe analizar y que emanaba desde el cristal me dejo alocadamente perplejo.  Ya,  no era yo, no me reconocía,  y sin embargo  la imagen me transmitía amor.  Mis formas nuevas y nada perfectas componían una sintonía de hermanada hermosura, con la composición expresa de un cuerpo bañado en luz. De  tal delicadeza,  sublime y descompuesta tan solo por las sombras, que relajadamente se dejaban caer por la posición del sol y reflejaban armonía.



Alcance la belleza  que radicaba en el exuberante capricho y coqueteo de las formas  que contorsionaban  y perfilaban con  luz, en mi silueta prestada, fijada en el espejo.

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