Necesitaba fundirme con la madera del tronco para ser invisible. Como un camaleón me camufle y me fusione con cada una de sus astillas. En la parte inferior del mismo, había una hendidura en la que me introduje, igual que un contorsionista penetrando en el centro del árbol cortado, ensamblando mis formas a las suyas, ralentice mi respiración, y confundí mi olor con la humedad que desprendía desde su interior.
En pocos segundos, el silencio fue roto por pisadas que alborotaban y rompían las hojas secas que yacían en el suelo. Eran removidas brusca y velozmente. Cada vez estaban más cerca, advertí varios animales, pude contar cinco. El olor a azufre y a podredumbre, trajo a mi memoria la imagen de los dips.
Estos animales mitad perros, mitad lobos se pararon ansiosos en el lugar donde perdían mi pista. Oía como rodeaban el árbol caído donde me había escondido, a la vez que emitían gruñidos coléricos. No podía verlos pero los dips se mostraban inquietos, de pronto se deshicieron en alaridos y aullidos de dolor como si alguien les ahuyentara y les lastimara.
Note como se apartaban a poca distancia. El aire se volvió pesado y percibí otra presencia, era la misma que los dominaba y manipulaba, oía sus respiraciones jadeantes y excitadas. Un ruido ensordecedor, metálico y chirriante tapono mis oídos, algo penetro en mi mente apenas duro un segundo pero hizo que perdiera el sentido. Empecé a entrar en un sueño profundo, luche por despertar mis sentidos de nuevo pero el sopor se apoderaba de mi. En el sueño viaje a través del tiempo hacia una caverna en la que hacia frío, las paredes de piedra estaban totalmente heladas y sus tonos se mecían entre grises y azulados, el suelo estaba inundado de unas aguas transparentes en las que no se reflejaba mi imagen, pero sus reflejos me recordaban ciertos espacios de mi pasado. Era un lugar familiar, reconocía algo en aquella cueva, que me confortaba, flotaba en su atmósfera como un invitado improvisado y a la vez como si perteneciera a ella. Desde lo más profundo de la gruta volvió a surgir el grito ensordecedor. Se trataba de algo vivo que invadía aquel espacio, me sentí preso inmóvil e indefenso, sentí miedo.
Una sensación aterradora se apodero de mí.
Termine despertando con las prisas de la agonía que preceden a una pesadilla, una nueva locura guiaría mis pasos otra vez, haciendo más difícil retomar el camino que me había fijado, pero tenía la certeza, de que nada separaría mis pasos del enigmático hombre que había transformado mi existencia. Esa verdad me dio las fuerzas suficientes para salir del enclaustrado embotellamiento, en el que me había sumergido. Zafándome con alguna que otra dificultad del interior del tronco, para comprobar que en el exterior reinaba la paz y el bosque volvía a su rutina de sonidos y luz.