La transformación es un proceso doloroso, que desgasta muchas de nuestras facultades, nos debilita y en esa transición somos vulnerables. No es fácil embutir, en una nueva apariencia todo el conocimiento adquirido durante miles de años. No es fácil retener en una masa, la espuma de la que estamos formados, por eso el proceso es largo. Me llevo dos meses perfeccionar mi nuevo cuerpo, moldear las formas, aprender a caminar y moverme sin tropezar. Hacerlo mío. Para ello tuve que internarme en una cabaña abandonada, alejada de la civilización y sobre todo, de otros que son iguales a mí. Después de lo que había hecho estarían buscándome, no tenía la menor duda, de que ansiaban mi caza.
(Di, contaba su historia, desde el centro de una estancia, parcialmente integrada en la penumbra, de dimensiones inmensas. Custodiado por seis cámaras, que enfocaban a sus manos, cara y cuerpo. Permanecía sentado, atado por las muñecas y los tobillos. Una cincha ancha y bastante gruesa, apretaba su pecho contra el respaldo de un antiguo asiento de marfil, decorado con extrañas tallas.
La única parte de su cuerpo que estaba libre, era su cabeza. Inclinada hacia adelante, su rostro no se dejaba ver por la cortina de pelo largo, que le caía por inercia.
Un foco de luz indirecta, marcaba los contornos de su silueta, magnificando si cabe, aún más la oscuridad de la estancia. En los visores de las cámaras se apreciaban diversos enfoques de las partes de su cuerpo, en distintos procesados y programas de grabación.)
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